Por: Freddy W. Cervantes, Siervo de JESUCRISTO.
Porque
 no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a 
nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. (2Corintios 4:5)
Introducción
Hoy
 por hoy a través de los medios de comunicación, y aún desde los 
púlpitos, se ve y escucha a supuestos predicadores, proclamando el 
título jerárquico que poseen. Por ejemplo ¿A cuántos? Escuchamos decir: 
“Yo soy el ungidísimo apóstol, profeta baja fuego, maestro de indoctos, 
doctor en divinidades, ministro de alabanza profético a las naciones, la
 revelación del momento, y cosas así por el estilo.” Indiscutiblemente 
muchos son los que hoy en día se atreven a hacer alarde de títulos que 
deberían ser dedicados únicamente a Dios:
Pero
 vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, 
el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a 
nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los 
cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el 
Cristo. (Mateo 23:8-10).
Otros
 a diferencia de los antes mencionados, alardeando repito, se dedican a 
predicar su amplio historial “ministerial”, por decir los milagros que 
realizan, las continuas revelaciones que tienen, las actividades, el 
progreso y la fama de su “ministerio”, lo apretado de su agenda, la 
tremenda “unción” que habita en ellos, los demonios que echan fuera, la 
amenaza que representan aún para el mismísimo infierno, en fin las 
predicaciones de ahora aunque no todas pero si una gran parte de ellas, 
exaltan en una forma desmedida a iglesias, letreros, misiones, 
ministerios, concilios, hombres y no al objeto principal de esta, la 
persona y obra del Señor Jesucristo el cual derramó hasta la última gota
 de su preciosísima sangre en la cruz del calvario para que todo aquel 
que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.
Esta es la 
razón por la que me urge compartirles tres principios indispensables que
 todo buen predicador debe tener en cuenta a la hora de exponer la 
Palabra De Dios a los creyentes o a los incrédulos.
Notemos en primer lugar lo que dijo Pablo a los corintios:
I. “Porque no nos predicamos a nosotros mismos…” (V. 5[a]).
Aquí
 habla de la prohibición del predicador. Como tal, Pablo se negó a 
predicar asimismo sus palabras y hechos, sabiendo que le estaba y está 
terminantemente prohibido a todo predicador hacer semejante barbarie.
Y he aquí 3 razones para no predicarse a sí mismo.
a)
 Primera razón: Un buen predicador o heraldo de la Palabra de Dios, no 
busca gloria de los hombres de este mundo, la rechaza contundentemente. “…ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros…” (1Tesalonicenses. 2:6).
 Muchos de estos tipejos de la predicación moderna, cuando abren su boca
 lo hacen con el propósito de recibir el aplauso y la alabanza de los 
hombres, más Jesús hablando de los que hacen tales  cosas dijo estas 
palabras: “…les aseguro que ellos ya tienen su recompensa...” (Mateo 6:2, 5, 16).
Aquí
 la palabra recompensa es un término comercial y significa pagado por 
completo, en otras palabras si el individuo predica para que los hombres
 lo vean, lo verán y ya, eso fue todo, no recibirá nada más, ya se le 
pagó en total. Uno de los atributos morales de Dios es la justicia, por 
medio de la cual el premia o castiga al hombre según sea su obra.
Por eso: “Guardaos
 de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de 
ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está 
en los cielos.”(Mateo 6:1).
No es el acto de predicar lo que 
Dios condena, entiéndase bien, sino el motivo por el que se predica. Y 
si nuestra motivación es la notoriedad (ser vistos por los hombres), 
entonces esta será la única recompensa que recibamos, Dios no 
recompensará jamás la hipocresía.
b) Segunda razón: Un buen predicador no  predica su propio evangelio.
“Como
 te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que 
mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina.” (1Timoteo 1:3).
A
 pesar de la seriedad con que se hizo esta prohibición, la predicación 
de otro evangelio en los medios cristianos es evidente, y esto entre los
 hombres de Dios, es causa de asombro. Pablo con relación a este hecho 
lamentable, con celo de Dios, pudo decir: ¡Estoy maravillado! Del mismo 
modo, nosotros que contendemos ardientemente por la fe que una vez nos 
fue dada, nos maravillamos. Nos maravillamos al ver lo que está 
sucediendo últimamente en el seno eclesial, nos maravillamos al ver a 
predicadores como Cash Luna haciendo declaraciones tan aberrantes, nos 
maravillamos al ver a Guillermo Maldonado autoproclamándose “maestro” de
 los gentiles, nos maravillamos al oír a un falso profeta como Rony 
Chaves nombrándose “apóstol” de apóstoles, nos maravillamos al oír a 
Cesar Castellano, Ana Méndez, Adrián Amado y a una sarta de lobos 
rapaces vestidos de ovejas, presentándose a sus víctimas como “escogidos
 de Dios” para provocar según ellos un “avivamiento” que sacudirá 
tremendamente a las naciones del mundo entero.
Para aquellos “…que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento  del bien y el mal [Cristianos maduros en la fe].” (Hebreos 5:14). Les pregunto ¿No les sabe esto a otro evangelio? Efectivamente EL “EVANGELIO” SEGÚN SAN “YO”,
 el evangelio que está de moda en muchos púlpitos llamados cristianos, 
ya no es el evangelio según san Mateo, Marcos, Lucas y Juan los cuales 
relatan las obras portentosas de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, 
ahora es el evangelio que habla únicamente de las obras del predicador, 
el evangelio egocéntrico, el evangelio que no toma en cuenta a Dios sino
 al hombre, el evangelio que niega abiertamente a Dios el único soberano
 y a nuestro Señor Jesucristo. Esa es la clase de evangelio que nos 
están predicando en esos famosos congresillos “apostólicos” y 
“proféticos” estos que dicen representar a Dios, un evangelio 
paupérrimo, un evangelio mísero que en nada absolutamente en nada 
aprovecha a los creyentes, peor a los incrédulos. Al contrario los 
conduce más y más a la impiedad y en el peor de los casos hasta el 
mismísimo infierno.
Para vergüenza del cristianismo primitivo la 
iglesia del Señor está plagada de falsos predicadores y por consiguiente
 de falsas predicaciones, y esto es así porque se ha corrompido el 
sentido puro y sano de la predicación (Gálatas 1:7),
 la cual no es otra cosa que dar un mensaje de parte de Dios. Dios emite
 el mensaje, el hombre recepta dicho mensaje. El predicador por decirlo 
así es un mensajero con la tarea de dar a otros el mensaje que Dios le 
ha dado; pero cuando este hace a un lado a Dios, y se predica a sí 
mismo, hablando de sus hechos y experiencias a expensas de los dichos y 
hechos de Dios, corre el grave peligro de predicar su propio evangelio. Y
 toda predicación carente de Dios, es decir que no provenga de él, es 
simplemente ¡Voz de hombre y no de Dios! (Hechos 12:22).
c) Tercera razón: Un buen predicador no  acarrea, evita la maldición divina:
“Más si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.
Como
 antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica 
diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.”(Gálatas 
1:8-9).
Ay del predicador que se atreva a predicar “otro” 
evangelio, distinto al único y verdadero evangelio predicado por Cristo y
 sus apóstoles,  más le valdría no haber nacido. Porque de cierto os 
digo, que el tal, caerá, ineludiblemente bajo la maldición divina, su 
atrevimiento no quedará en la impunidad, Dios lo castigará con la dureza
 que el caso merece: “Yo 
testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este 
libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas
 que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras 
del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y
 de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.” 
(Apocalipsis 22:18-19).
“No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella…” (Deuteronomio 4:2).
“No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, Y seas hallado mentiroso.” (Proverbios 30:6).
Predicadores, si en algo valoramos nuestras almas, prestemos atención al castigo, y a quien lo establece.