POR OSWALD SMITH
FUE EN 1904. Todo Gales estaba inflamado. La
nación se había alejado mucho de Dios. Las condiciones espirituales eran
ciertamente muy bajas. La asistencia a la iglesia era pobre. Y el
pecado abundaba por todas partes.
Repentinamente, como un tornado
inesperado, el Espíritu de Dios barrió la tierra. Las iglesias se
llenaban tanto que las multitudes no podían ni tan siquiera entrar en
ellas. Las reuniones duraban desde las diez de la mañana hasta las doce
de la noche. Cada día tenían lugar tres servicios determinados. El
instrumento humano fue Evan Roberts, pero había poca predicación.
Cantos, testimonios y oración constituían las principales
características. No había himnarios; habían aprendido los himnos en la
niñez. Ni tampoco coro: todo el mundo cantaba. No se hacían colectas, ni
anuncios en la prensa.
Nada había llegado jamás a Gales con unos
resultados tan efectivos. Los incrédulos se convertían; los borrachos,
ladrones, y jugadores se salvaban; y miles que volvieron a la dignidad.
Se oían confesiones de terribles pecados por todos lados. Se pagaban
antiguas deudas. El teatro tuvo que cerrar por falta de clientes. Las
mulas en las minas de carbón rehusaban trabajar, al no estar
acostumbradas a ser tratadas con suavidad. En cinco semanas, 20.000 se
unieron a las iglesias.
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